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Ya han pasado casi cuatro meses desde que pasé por quirófano para dar solución a los problemas de rodilla que arrastraba. La sutura del menisco externo y mi nuevo ligamento cruzado anterior, ahora, apuntan a avances.
No sé como continuará mi historia con este deporte. Desde bien pequeña mi padre nos llevaba a mi hermano y a mi al polideportivo de mi ciudad, Alcoy, para correr en la competición local de campo a través. Eran carreras mixtas, aunque solo recuerdo correr junto a otras chicas en muy pocas ocasiones, pues la mayoría de los sábados competía solo con chicos. Hacía frío, pero eso no me importaba porque lo que deseaba era empezar a correr, ensuciarme de barro si era necesario y luchar por quedar entre los primeros puestos. No recuerdo los días de entreno, pues apenas existían, ¿quizá en las clases de gimnasia del colegio? Lo cierto es que los sábados estaban muy cuadriculados para que pudiese llegar a todo, aunque en ocasiones mis clases de patinaje artístico sobre cuatro ruedas tuviesen que verse afectadas por el partido de baloncesto. Tres deportes en un día: cross a primera hora, seguido del partido de baloncesto para cerrar con el deporte que hizo que lo dejase todo, el patinaje.
No recuerdo el no tener ganas de hacer ninguna de las tres actividades, ni tampoco una negativa por parte de mis padres. Yo era feliz de mis frenéticos sábados y estoy segura que ellos de verme, aunque muchas veces no fuese fácil.
El patinaje marcó mi rodilla
Las mallas, el maquillaje, los brillos, la música… hicieron que eligiese, que me quedase con el patinaje y me despidiese del resto de deportes que practicaba –el frontenis y el tenis de mesa también estaban en esa lista–. Sobre las cuatro ruedas no me importaban las caídas, aprendí a caerme, hasta que hubo un día que tuvieron que ayudarme a levantarme. Estaba entrenando el triple Axel, cuando… mi aterrizaje fue sobre dos de las cuatro ruedas del patín y lo escuché. Sentí que algo malo había pasado, que esa caída no era ‘normal’ y que el consecuente dolor, tampoco lo era: rotura de LCA y meniscos.
La historia que ya conocéis
Diecisiete años atrás, ya conocéis la historia. Cuando el pasado mes de junio recibí la noticia de que la plastia de mi primera operación de LCA se había roto sentí como me caía de nuevo. No fue un dolor en seco, pues no recuerdo cuando pude habérmelo roto, pero entendí el por qué de todas esas idas y venidas de mi rodilla. Desde hacía años, mi cabeza y mi cuerpo habían normalizado el dolor ante semanas de entrenos más intensos o periodos de un mayor cúmulo de kilómetros. Tener dolor no es normal.
Poseo dos piernas que me permiten avanzar y buscaré las opciones que me permitan seguir haciéndolo por muchos años. Hace dos-tres años atrás, después de haberme cascado dos maratones –cuando soy consciente de que mis piernas no estaban preparadas para tal carga de kms y de compromiso–, entendí que correr no solo es correr. Es precioso correr un maratón, reconozco los enormes valores que recogí de ello, pero hay límites que cada uno de nosotros debemos de saber poner.
Empezar a trotar
Ahora, en pleno proceso de rehabilitación de mi rodilla recuerdo la noticia. El pasado 15 de octubre el traumatólogo me comunicó que si todo avanzaba según lo previsto, quizá en un mes podré empezar a trotar. Recuerdo muy bien el momento en que recibí esa noticia: mientras mi cara asomaba una sonrisa, mi cabeza me advertía que no adelantase acontecimientos y que me centrase en el ahora. De ser así, de seguir trabajando, quizá a mediados de este mes de noviembre ponerme unas zapatillas quizá se traduzca en… trotar.