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Un pequeño corte en el dedo cortando la cebolla para la pizza, cena previa a toda carrera que hago, provocó que esa noche descansase bien poco. Sí, lo admito, soy muy aprensiva. Los pequeños pinchazos en el dedo y el mareo de pensarlo, hizo que terminase en el baño vomitando. Eran las dos de la mañana y el despertador sonaba a las 6. El 1 de diciembre en pocas horas daría la bienvenida a la 10k maratón de Valencia, carrera disputada junto a la prueba reina, el Maratón Valencia.
Miraba un poco más allá, intentaba verme reflejada en carrera: cómo sería pisar la pasarela azul, una vez más. Porque, aunque no iba a ser la primera vez que lo hacía, sabía que sería diferente. Ya estaba allí, en el cajón de salida, mirando de un lado a otro, un tanto inquieta: no localizaba a Víctor, él iba a ser mi liebre.
Victor tiró de mí
Pero estaba, allí, en el cajón rosa (sub 45′) ¿Teníamos un ritmo que seguir? Sí, estaba en nuestra mente, pero os aseguro que había pasado a un segundo plano, lo que necesitaba era que alguien tirase de mí.
Recuerdo mucho silencio, respiraciones de fondo y pisadas. La carrera ya había empezado y allí estábamos, corriendo junto a los maratonianos en el Puente de Monteolivete. Pasamos el kilómetro 1 y Victor me advirtió: “No mires el reloj”. Mi respuesta: “Tranquilo, es solo para comprobar que no te estás pasando de ritmo. Ya no lo miro más”. Y así fue.
Tenía en mi cabeza el recorrido y lo que quería era pasar el kilómetro 4 para tomar rumbo hacia el centro de Valencia, ahí me plantearía cómo voy.
Y me lo planté: “Gema vas bien, pero no cómoda”. Zancada y zancada, mirada al frente concentrada, y si cabe, lograba decirle alguna frase a Víctor. Fue entonces cuando él me respondía: Si puedes hablar, es que vas bien.
Llegamos a un punto de animación, nos adentrábamos en la calle de la Pau y sonaba una canción, me dije: “¡Esta me la sé!”. “Víctor, ¿esta canción es de Izal?”, le pregunté. Con una sonrisa, él me respondió: ¡Sí!
En la misma calle de la Paz viajé a otra carrera, la 15k nocturna de Valencia y quise recordar la misma sensación que ya viví, experimentar el: NO ME ESTÁ COSTANDO. Pero no era así. Sabía que teníamos que pasar por el Ayuntamiento y unos giros inesperados en el recorrido me desubicaron. ¡Dónde está el ayuntamiento! Víctor fue consciente de ello, pues expresé esa sensación en voz alta.
¡Baja ritmo!
Ya lo teníamos hecho, eso quería pensar, pero le pedí a Víctor que bajásemos el ritmo. Él me hizo caso, me conoce en carrera. Ya en la calle Colón nos lo anunciaron, una pantalla nos decía que Cheptegei había batido el récord del mundo en la 10K, había parado el crono en 26 minutos y 38 segundos. Víctor se encargó de comunicármelo, yo poco caso le hice, más bien pensé: ¡Pues a mí todavía me queda llegar! Era el kilómetro 7,5.
Del km 8 al 9 ¡eterno!
En nada nos asomaríamos al antiguo cauce del Rio Túria y eso se traducía en que la meta estaba cerca. Para mi cabeza no fue así. Mis piernas empezaban a sentirse pesadas, pero el público me empujaba y Víctor solo tenía palabras para que no bajase la guardia. Fue un kilómetro 8 muy largo para mí, pues solo buscaba llegar a esa rampa que nos daría la entrada a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Allí estaba la pasarela azul, nos esperaba.
Una última serie, como en los entrenamientos. Así fue como me lo tomé. Víctor me gritó que corriésemos esos últimos metros dándolo todo y mi contestación fue tajante: ¡No! Pero sí. Vi la alfombra azul y le cogí de la mano. Mi mirada solo veía el final, el arco, la meta. ¡La cruzamos!
Sonreí. Mi rodilla no había dolido y sí, el ritmo fue bueno. Estoy en el camino de volver: 00:44:04 ¡Gracias Víctor!
Fotos de Adrian del Rey (Adr Sportphoto)