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Ella manda, pero yo de ella

8 agosto, 2020

Jod___r. Me cabreo conmigo misma. Quizá no sea la mejor manera de empezar estas líneas, porque puede que esperéis llevaros de ellas palabras que construyan mensajes de este tipo: Eres constante y lo lograrás, no es sencillo pero tu insistencia rompe todas las barreras… ¡eres una luchadora! ¡Puedes con todo!

No. No me siento así, aunque hay días que sí. “Espero que todo lo bien que se te ve y todo lo animada que estás sea real todo el tiempo, o casi todo el tiempo”. Este fue el mensaje de audio que me envió Vicky Cervera, psicóloga deportiva con quien, cada vez más frecuentemente, me siento con ella para trabajar mi cabecita. Mi respuesta fue la siguiente: “Vicky, cada imagen que proyecto, bien en una foto o en un vídeo que publico refleja tal y como me siento en ese momento, lo que no quiere decir que me sienta así las 24h del día”. Mis redes sociales son una pequeña ventana de mi vida, donde yo decido qué mostrar y tened bien por seguro que es aquello que me hace sentir bien.

Mis semanas

Hasta día de hoy desde el día de mi operación (3 de julio), mi curva de motivación ha marcado una tendencia de crecimiento constante:

  • Semana 1: Logré dejar olvidados los fuertes dolores. Cerré la primera semana logrando dormir del tirón.
  • Semana 2: Me quitaron las grapas de las tres nuevas cicatrices y ya podía trabajar mejor los ejercicios de fuerza, que se resumían a isométricos y glúteo.
  • Semana 4: Me dieron permiso para apoyar el pie y empezar la tortura de la flexión. Esta rodilla había estado un mes inmovilizada por la sutura de menisco y tenía que entender dos cosas: que yo sola tenía que obligar a mi rodilla a flexionar y volver a interiorizar cómo era eso de caminar.

Hoy, día 35, mi gráfica motivacional se ha estancado. Empecé flexionando 10 grados y en pocos días alcancé los 45 grados. Ahora, mi rango de flexión se ubica en los 55 grados y llevo un par de días sin sumar. Sé que los 60 grados están cerca, muy cerca, pero mi cabeza quiere ir más rápido y viaja a la semana próxima, deseando verme sentada en una silla, tomando una cerveza, con la pierna en posición de 90 grados y sin la necesidad de pedir una segunda silla para permanecer sentada en una terraza de un bar o restaurante y estar, medianamente cómoda.

Me río de mi misma. Eso es cierto, pero por lo cabezota que soy por alimentar mi inactividad incierta. Porque es así, miento cuando digo que no avanzo o suspiro en voz alta mis deseos de sudar practicando algún tipo de actividad física. ¿Qué no me estoy moviendo? Me digo a mi misma. Me levanto por la mañana y mi cabeza solo piensa en entrenar, pero en la camilla; en terminar de sudar, porque sudo, pienso en mi regalo: meterme en la piscina y seguir ejecutando ejercicios acuáticos. ¿De verdad que no me muevo? Hago mi siesta y me pongo el despertador (soy una firme amante de la siesta) para repetir la rutina de ejercicios para no llegar tarde y pasar el resto de la tarde con mis amigos.  

Me canso, en realidad ella lo sufre. Hay días qué necesita tomarse un respiro, pero solo para volver más fuerte para luchar contra ella misma. Ella manda, mi rodilla, pero yo mando de ella.

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