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Mi rodilla está en la penúltima fase

18 enero, 2021

Penúltima fase, sí. Así lo indico en el titular. “Gema, sabes que vas a tener buenas noticias”, me repito mientras me preparo para salir de casa, sacando la bici plegable lista para bajar a la calle. Observo mi rostro reflejado en el espejo del ascensor que solo descubre mis ojos, pues el resto está bien resguardado por la mascarilla, la bufanda y el casco.

Tan solo tengo que caminar unos minutos arrastrando la bicicleta hasta llegar al carril bici más cercano a mi casa, podría coger la carretera, pero admito que me siento frágil ante el tráfico. Esto ya me pasaba antes de la operación y ahora el miedo parece haberse agudizado. Ruedo y no pienso, simplemente sigo el trayecto hasta llegar a mi destino, el Hospital Quirón. Mi rodilla no se resiente, no duda en ir más deprisa, ni en cambiar al plato pequeño para subir una cuesta, sencillamente ejecuta.

¿Escucháis el sonido de una cadena chocando contra un hierro? Yo lo escucho, estoy aparcando la bici atándola con el candado. Respiro. ¡Me muevo en bici! El siguiente paso ya se había convertido en más que habitual: dirigirme al ascensor, esperar mi turno para no cruzarme con nadie más y subir a la segunda planta. Esta vez no, mi cabeza reacciona y me pide que haga lo que ya puedo hacer, subir por las escaleras.

De nuevo mi sonrisa se dibuja en mi cara. Estoy llegando a la sala de espera y la mantengo, ¿no la veis? Mi mascarilla la oculta, pero mis ojos… ¡Ay si pudierais verlos! No tengo prisa, no tengo nervios, no caliento mi rodilla por si no responde en consulta, un ritual que solía hacer veces anteriores por temor a que el doctor dijese que la flexión no era la que buscábamos. No, esta vez no.

­–¡Gema Payá! Me llaman, es mi turno.

Confesiones, miedos, risas… “Doctor, ¿me va a dar el alta?, le pregunto. “Mejor voy a pedirte una resonancia para comprobar si la sutura del menisco está bien”, me responde el doctor José Luis López Péris. Me gusta su respuesta, aunque le confieso que quiero dejar de verlo.

Salgo del hospital y me siento reconfortada por poder saber si realmente está todo en su sitio. Las sensaciones hablan, pero la resonancia lo confirmará.

¿Por qué digo que me encuentro en la segunda fase? Porque mi cerebro sigue trabajando las adaptaciones a nuevos escenarios y así me lo repite mi readaptador Jesús Adolfo del equipo de Sanus Vitae. Cojo el teléfono móvil y llamo a mi madre: “Mamá, el doctor no me ha dado el alta, pero me hará una resonancia”. ¡Cuánto agradeció mi madre escuchar esta noticia! Puedo decirle que empiezo a trotar, que hago aterrizajes, que cojo la bici, ¡que incluso puedo esquiar (no sé hacerlo, solo lo hice una vez y se quedó en “quizá, cuando pueda, vuelva a intentarlo”), pero ella necesita saber que todo lo que hay ahí dentro está bien y en su sitio.

Cuelgo el teléfono, me coloco el casco y encaro rumbo de vuelta a casa. Mi cabeza viaja al inicio de este proceso, al día que salí de ese mismo parking que acaba de dejar atrás con una noticia totalmente distinta: Gema, tienes que pasar por quirófano. No ha sido sencillo, me ha costado admitir el tener que pasar por situaciones dolorosas y que no estaban previstas, pero sí que ha merecido la pena.

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